TEATRO: NO ME DEJES ASÍ

UNA GRACIOSA TRAGEDIA

Cuatro personas en una sala de espera. ¿Alguien cercano a ellos se encuentra muy enfermo o gravemente herido? Ellos lo saben pero el espectador no, como tampoco sabe cuál es la relación de estos personajes sin nombre con esa persona. Lo que se ve en No me dejes así es un recorte en la vida de estos ¿amigos?, ex-compañeros de algo, de colegio tal vez. Ellos viven una tragedia y, sin embargo, el público no para de reír. Esa es la propuesta: que lo triste se convierta en comedia.

Al inicio, vemos a “ella”, interpretada por Dalia Elnecavé sentada tristemente en una sala de espera, sola hasta que llega “el del bolso”, Claudio Martínez Bel. Se produce ese típico y angustioso intercambio en voz baja, susurrada, que sólo pueden escuchar los dos que están abrazados. Nada parece indicar que alguien se pueda reír con algo así, pero es sólo cuestión de esperar a la entrada del siguiente personaje, cuando la repetición instantánea de la incómoda situación pone en aviso de lo gracioso que eso puede ser. 

Lo que se exhibe en No me dejes así es sólo un encuentro – clave y rico en contenidos, sí, pero sólo un momento al fin - en la vida de cuatro adultos que se conocen desde hace años. Es lógico que no sepamos de qué se tratan esos eventos pasados de los que hablan. “Dale con el tema, dale con el tema”, dirá uno de los personajes, hablando de otro, sin dar más referencias. Los que están en su círculo ya saben de qué se trata. Los diálogos están dispuestos para que parezcan un extracto en la vida de estas personas. Sin embargo, también incluye escenas que llegan a extremos de tensión que rayan el grotesco, para luego volver a una cierta normalidad. Es en este juego en el que se observa lo graciosas que son algunas situaciones cotidianas cuando se dan en contextos más serios, desde no poder abrir un paquete de pañuelos de papel, hasta no saber qué hacer con una botella vacía cuando no hay tacho de basura.

El significado incompleto de los diálogos colabora con la identificación del público con los gestos y comportamientos de los personajes, porque la falta de precisión los universaliza. El resultado es que el espectador termina riéndose principalmente de sí mismo, porque ese ser ridículo que desarrolla su acción frente a él, bien podría ser él. La mayoría no sabemos qué hacer en esos momentos tan incómodos en los que se esperan novedades de alguien que está grave. Es justamente allí cuando se escuchan las frases hechas más inútiles y absurdas, intentando en vano consolar a otro o simulando una tristeza que en realidad no es tal. La obra logra esa tarea tan complicada de que nos riamos de nosotros, o de gente y situaciones con las que convivimos. 

Lo cómico de la propuesta, pasa, más que por el texto, por lo que sucede con los cuerpos de los actores en el transcurso de la acción. No existen gestos grandilocuentes ni guiños graciosos dirigidos exageradamente al público. Las conversaciones que mantienen son cotidianas, realistas, sin grandes discursos, sin monólogos cuando están solos. Las situaciones se construyen a partir de elementos tan múltiples como sutiles: desde la repetición de anécdotas, hasta significativos gestos que dicen más que las palabras. 

Los actores, bajo la dirección de Enrique Federman, logran interpretaciones homogéneas y eficazmente concertadas entre sí, engendrando personajes cotidianos y cercanos. Es en las actuaciones donde se percibe el origen colectivo de esta comedia, que surgió a partir de una idea de Federman y la improvisación de Martínez Bel, Néstor Caniglia, César Bordón y Eugenia Guerty (actualmente reemplazada en escena por Elnecavé), con la colaboración del dramaturgo Mauricio Kartun

A “ella”, el único personaje femenino, Elnecavé le aporta su propia comicidad, acoplándose perfectamente al elenco, que viene representando la obra desde 2005, y que hoy continúa llenando la sala, en el Teatro Timbre 4. Martínez Bel interpreta con gracia a “el del bolso”, un personaje con múltiples matices debido a su interacción, por momentos amigable, por momentos severa, con los otros tres, como si fuera el que mantiene la momentánea unión del grupo. Además, posee una particular relación con el bolso que le da nombre. Caniglia es “el de traje”, quien aparece como una figura acartonada y luego va sufriendo diversas transformaciones, sutiles, pero sólidamente interpretadas. Bordón ofrece un gran naturalismo al representar a “el otro”, un personaje complejo, que parece estar allí únicamente por el interés que le produce alguno de los otros tres, sin que le importe demasiado lo que suceda con el/la convaleciente. 

La escenografía y la iluminación son sencillas y estrictas, ¿cuánto mobiliario y juegos de luces pueden existir en una sala de espera? Sin embargo, no existe ni siquiera un cartel o símbolo que de una pista sobre el lugar. Lógicamente, la escenografía no podría ir más allá de lo que la obra quiere mostrar. 

La obra deja espacios vacíos sobre las historias que hubo, y hay, entre los personajes. Esos huecos son completados por el espectador mediante su propia imaginación. Sin embargo, en el final, hay algo que cierra y confirma si ciertas relaciones que se perciben sutilmente a lo largo de la trama son producto también del sentido completado por el público o realmente se encontraban así planteadas por los personajes. 

En No me dejes así la tragedia se transforma en comedia. A tal punto que cuando, en un momento que se hace eterno, el escenario queda totalmente desierto, algunos (no pocos) espectadores se siguen riendo. Puede ser por la incomodidad de sentirse identificados o por recordar las escenas que acaban de presenciar (espiar), el caso es que la risa continúa hasta salir de la sala. 

No me dejes así
Sábados | 23.30 hs | hasta el 18 de junio 
Teatro Timbre 4 | México 3554 | Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Foto: Alternativa Teatral