SHAME ON YOU dicen los yanquis cuando quieren decirle a alguien que lo que hizo está mal, MUY MAL!!

Con el dedito, como cuando nos retaba mamá. QUE VERGÜENZA!

Shame (UK, 2011) acá no tuvo traducción el título, pero VERGÜENZA hubiese reflejado mucho mejor lo que Steve McQueen (nada que ver con el viejo actor de westerns) mostró en la película.

Brandon es un treintañero, laburador y solitario.

Tiene una adicción.

Secreta.

Muy escondida.

Que explota en cualquier momento y lugar.

En su trabajo, su casa, en sus salidas.

Brandon es adicto al sexo.

Al punto de coquetear con una mujer delante de su novio.

De meterle un dedo en su sexo sin importarle qué pasa a su alrededor.

Así es Brandon.

Solitario buscador de placer.

Vagabundo nocturno a la caza de 11 minutos de placer.

O ni placer.

Sólo el reflejo de penetrar en algún lugar.

Pero todo cambia hasta que su hermana SISSY, una suicida cantante de jazz le pide alojamiento por unos días.

Los días se vuelven semanas.

Y durante las semanas Sissy se mezcla con su entorno.

Y ahí no hay vuelta atrás.

Nueva York es el escenario ideal que encontró McQueen para contar esta historia.

Pero no la NY de las películas románticas o blockbusters.

La ciudad de Shame es una ciudad sucia, de putas y prostíbulos, de luces rojas y de aberturas siempre dispuestas.

Brandon puede con todas y todos.

Hasta que Marianne, una compañera de trabajo, lo seduce y le exige compromiso.

No se le para.

No sabe por qué.

Y ahí la historia termina en un espiral de sexo y violencia.

De abandono y de soledad.

Desgarrador relato de una sociedad de consumo que encuentra en el negocio del sexo su punto más bajo.

Planos cortos y detalles de cuerpos van creando una narración intimista, apoyada en la excelente banda sonora de Harry Escott.

Carrey Mulligan deslumbra en el papel de Sissy.

Y de Michael Fassbender, qué decir?

¿Que esta es su mejor interpretación?

¿Que en la economía de sus gestos y en lo estilizado de su actuación es en donde Shame brilla?

Vergüenza a todos los que sólo vean en él un pito caminando.

Por Rolando Gallego