“¿Dónde estarán los que se fueron? / ¿Quién soy yo sin ellos cerca?”
Paseo, Rosal
Una de las funciones primarias del teatro, ya lo dijo Aristóteles, es servir como purgación. Las emociones que transmiten los actores generan una purificación colectiva. Mi vida después, el excelente biodrama creado por Lola Arias, hace gala de esa liberación y nos permite compartir con los protagonistas su catarsis, mientras representan la historia verdadera de sus padres, que tenían, durante la última dictadura militar, más o menos la edad que ellos tienen ahora.
Para elegir estos relatos, la directora, que nació en 1976, realizó múltiples entrevistas a actores de su generación. Su idea (promovida en principio por el ciclo Biodrama del Teatro San Martín) era crear una obra que mostrara esas historias construidas con retazos de la realidad con las que crecieron las personas nacidas en esos años oscuros. Al final, se decidió por aquellos que abarcaban una amplia variedad de biografías atravesadas por el mismo padecimiento social.
Liza Casullo es la que rompe el hielo. Sus padres, el escritor y filósofo Nicolás Casullo y la periodista Ana Amado, debieron irse del país cuando los militares decidieron hacerse cargo en 1976. Ella, que nació durante el exilio, toma unos jeans que su madre usaba en esa época, descubre que son de su talle y comienza a caminar hacia el pasado. Enseguida se pone a tocar su guitarra eléctrica y cantar.
Blas Arrese Igor comenta que su papá era cura y que, por esa época, tenía prohibido hablar de política o leer los diarios. Vanina Falco se burla un poco de su padre, tío y abuelo policías. Carla Crespo y Mariano Speratti cuentan cómo vivían sus padres, uno desde la Juventud Peronista y el otro desde el ERP, lo que consideraban la más importante de las luchas. Pablo Lugones comenta, árbol genealógico mediante, que pertenece a la rama de los Lugones que no hicieron nada heroico, que su padre era un simple empleado bancario, pero deja claro que, pese a no inmiscuirse en la política, también se vio franqueado por la aplastante realidad. Todos comienzan a contar su historia - o la de sus padres que para el caso es lo mismo - valiéndose de fotografías y objetos transmitidos a los espectadores por medio de una pantalla gigante.
Los diferentes artilugios y recursos, en los que reposan los relatos, son distribuidos por la autora-directora de manera armónica, minuciosa y creativa a lo largo de los 90 minutos de duración. Los objetos (y el animal) que los actores exhiben en el escenario, se transforman en el anclaje más contundente a la realidad. Arias nos lleva, de manera inteligente, desde las coloridas anécdotas de Arrese Igor, con su tortuga y su padre religioso, hasta los puntos de mayor carga emocional de la obra, generados por una grabación del padre de Speratti y una carta del de Crespo, ambos desaparecidos durante la dictadura. “Mi papá murió 4 meses antes de que yo naciera. Tenía 26 años; cuando yo cumplí 27 pensé: ahora ya soy más vieja que mi papá”, así Crespo deja muda a la platea. Pero no llora porque posee otra vía de desahogo.
Mi vida después es una experiencia intensa y movilizadora, tanto por los temas que se tratan como porque uno sabe que estos jóvenes reviven escenas que no deben ser nada fáciles ni agradables de recordar. Sin embargo, no se trata de una burda exposición de sus vidas privadas, sino que esta demostración de recuerdos y objetos de gran valor sentimental, poseen la relevante función de contar cómo estos jóvenes (actores y directora) ven ese pasado reciente. Y cómo esos acontecimientos condicionan su visión del futuro y el presente.
En sus tres años de representación, tanto en Argentina como en festivales en el exterior, la trama ha sufrido algunos cambios debido a sucesos que han ido transformando la realidad de los actores. Vanina Falco cuenta en escena cómo comenzó a tener sospechas acerca de la identidad de su hermano y relata el proceso judicial que transitó su padre policía por la apropiación de ese niño, que nació en la ESMA y descubrió, ya siendo un joven adulto, que se llamaba Juan Cabandié. Gracias a la obra, Falco pudo declarar en el juicio, a pesar una ley se lo impedía por el vínculo sanguíneo, ya que la jueza alegó que ella ya hablaba del tema en el teatro.
Otro de los factores de sorpresa de la obra lo constituye la forma en que las historias se entrelazan. Con paralelismos, narraciones, representaciones en donde los hijos se transforman en los padres. Hasta el hijo de uno de los actores, a su muy corta edad, participa de esta catarsis grupal de manera extraordinaria, demostrando el talento de la directora para sumar recursos (cuyo antecedente se encuentra en la inclusión de un bebé en escena como la que llevó a cabo en Striptease).
Mi vida después es, además, una atractiva propuesta desde lo visual. Los cambios de escenografía, los objetos, las significativas sillas vacías y la ropa, hacen que se vayan transitando diferentes climas hasta llegar a la rebelión total. La música, compuesta para la ocasión por Ulises Conti con la colaboración de Arias y Casullo, funciona como un fijador de las ideas que se encuentran en el texto. Las composiciones poseen una belleza irreverente que favorece la liberación.
Si el espectador sintoniza con lo que quieren transmitir Lola Arias y estos seis intérpretes, entonces ese encontrará con una pieza emocionante que sacude e impacta de una manera visceral. Porque la propuesta repasa hechos que todos conocemos y que nos causan angustia. Quedará en cada espectador resultar preso de la sensación asfixiante de esa historia o hacer catarsis en conjunto con los gritos de protesta y la revolución que los actores ponen en escena.
Mi vida después, biodrama de creación colectiva.
Con Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti y Moreno Speratti da Cunha
Dirección: Lola Arias
Viernes 20:00 hs (hasta el 30/09/2011)
Teatro La Carpintería | Jean Jaures 858 | CABA
Entradas: $ 55 y $ 35 (estudiantes y jubilados)
Por Celeste Lera