Reseña

///SIEMPREVIVO
Por: Damián Galateo


“Así es la música, no le sirven rejas ni ventanas con los postigos cerrados: aun así se escucha.”

¡Que viva la música! Es el titulo del libro que la editorial Norma ha editado del nefasto escritor colombiano, Andrés Caicedo. La protagonista se llama María del Carmen Huerta, una joven acomodada de Cali que atraviesa las clases sociales utilizando como vaso comunicante la música y la droga. Primero, la protagonista, se ve endiablada por el rock, con sus letras en otro idioma, hasta que se cansa del coqueteo orillero del gran país del norte y se encierra en la música negra, atiborrada de baile y canto oriundo. Ya no más turismo musical, es el turno de conocer sus raíces. Baila. Noche y noche. Droga y baile, baile y droga. Empero la música es una excusa, es un arma, es el arma con el cual el escritor, a través de su joven niña, decide dar batalla. Porque el libro se plantea como una guerrilla desolada. Una guerrilla contra el idioma, contra el propio cuerpo de la escritura, una guerrilla que se pierde en droga y violencia para encontrarse con la realidad desierta, contra aquella muralla que pareciera infranqueable, imposible de tirar. El cuerpo es prueba del delito y deja impregnado el paso del tiempo. Por eso, cuando ya se lo ha probado todo, mejor morir joven que a gatas seguir viviendo. Así en el texto como en la vida: Caicedo, el autor, opta por danzar de frente ante el mayor misterio de la vida, que es la muerte.

¡Que viva la música! Reafirma esa intuición que varios hombres tienen, ese saber que las mujeres son sin duda mucho más fuertes, que no hay con que darles, y cuando a penas logramos darles algo, es demasiado poco, no alcanza. Sin duda, es un libro violento, violento contra el lenguaje que se abre en miles de palabras de canto, en reiteraciones alocadas, en vocablos de danza. Violento en el contoneo de su protagonista y su odio a la clase de la cual partió. Violento contra el tiempo. Habría que celebrar con buena música y vino las reediciones de libros y autores como los del colombiano (como así también el de Ricardo Colautti, “La conspiración de los porteros”, por parte de la editorial Mansalva) Estas reediciones o ediciones son la clara demostración de que la escritura sirve para algo: sirve para el futuro. Se escribe sobre el futuro, hasta aún, en pasado.

Para terminar ¡Que viva la música! nos dice que por cada mujer u hombre que se aplaca hay otros que se arriesgan. Es un libro violento, como así también lo es la esperanza.